De todos los cuadros que posee el Santuario del Rosario es sin duda el mejor y el más antiguo. Es una obra maestra perteneciente al Renacimiento y por su estilo recuerda el círculo de Luis Morales (El Divino). Se trata de un lienzo apaisado, de gran tamaño de aproximadamente tres metros de largo por uno de ancho.
El espacio está dividido en tres escenas: – La primera, a la izquierda, es la Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos acompañado por Pedro, Juan y otro Apóstol. Jesús está arrodillado, con túnica blanca y manto azul, presenciado la visión de la Cruz que porta un Ángel, a sus pies están los apóstoles dormidos. A la izquierda San Pedro, en escorzo, con magnífica cara con barba, que recuerda sin duda personajes de Miguel Angel y Rafael. Lo más destacable de esta parte del cuadro es la cara de Cristo y la de San Pedro. – La segunda escena, en el centro, representa los azotes de Cristo. Cristo está en pie en el centro, atado a una columna azulada. A los lados dos figuras de sayones, de clara influencia Miguel-Angelesca, le azotan. Estas figuras tienen un gran sentido del movimiento y de la anatomía, con ritmos contrapuestos, una utiliza la mano izquierda y la otra la derecha. Pero lo mejor de esta parte del cuadro es la figura de Cristo. Su cuerpo anatómicamente perfecto y bello, de una gran laxitud, próximo al desmoronamiento y su rostro bellísimo de una tristeza infinita recuerda los rostros de Leonardo. – La tercera escena, a la derecha, figura la coronación de espinas. El cuerpo de Cristo, se representa de tres cuartos, con la caña en la mano como mofa de su poder, el tronco desnudo salpicado de sangre, macilento y un manto de color rojo veneciano.
Es de destacar otra vez el rostro de Cristo, ahora de frente, con barba, ligeramente inclinado hacia la derecha, de una belleza y tristeza infinita: la nariz delicada de factura clásica, los párpados caídos dejan entrever la tristeza de su mirada, la boca de finos labios enmarcada por la suave barba, el pelo lacio que se funde con el fondo del cuadro, dando todo el conjunto la sensación de sfumato, creación del gran Leonardo. Muy lograda es la representación de la cuerda atada a su cuello, mostrando el deshilachado de la fibra, y que, como si de un collar de oro se tratara, cae por su cuerpo, completando así junto con el manto y la caña la imagen de mofa de la majestad.
Muy buena es también la representación de las manos de dedos larguísimos, que exangües aparecen cruzadas y atadas con una cuerda. En su conjunto pues se trata de una obra muy lograda donde quedan patentes la representación de las calidades, objetivo fundamental en las obras del Renacimiento y del Barroco.
Uno de los elementos más destacables, que atrae la atención del visitante del santuario, son las pinturas murales del Camarín. Ellas convierten el camarín en el ámbito más especial y cuidado de todo el santuario. La experiencia estética de quien traviesa el umbral es abrumadora y envolvente. El espectador al entrar se sumerge en un mundo de temas bíblicos y símbolos marianos que, aunque algunos escapan al conocimiento inmediato, pronto se capta el mensaje global de alabanza y glorificación mariana. Todo el camarín, paramentos, pilastras, arcos de la bóveda y cornisas se encuentran pintados o decorados en una profusión barroca en la que no deja espacio para el descanso visual.
El cristianismo desde sus primeros años, ya en las Catacumbas, se va deshaciendo de la estética judeocristiana, sin representaciones de Dios, para ir expresando sus ideas y verdades con los elementos y estéticas artísticas de cada momento cultural.
Y lo hace con una doble finalidad: la simple decoración que subraya la condición singular y sagrada del espacio, y el desarrollo de una gran catequesis visual en la que, a través de imágenes, pueda el fiel recibir las ideas y verdades básicas y fundamentales de los contenidos de fe. La Edad Media inundará los grandes muros románicos de temas e imágenes de referencia bíblica y teológica convirtiéndose en la Biblia pauperum, legible a todos sin necesidad de un conocimiento específico. Los artistas muchos de ellos monjes, tomarán como base los sermones y obras literarias del momento, y los predicadores abundaban en los temas y asuntos desarrollados en la pintura de sus paredes o en las escultura de sus portadas e imágenes. Lejos de ser mero arte decorativo, las artes plásticas se convertían en vehículos de transmisión de unos contenidos evangelizadores y catequéticos universales asequibles a todos los fieles de cualquier parte de la cristiandad.
La Edad Moderna postridentina se valió también del arte para trasmitir sus ideas y contenidos, y así difundió por todos sitios programas iconográficos sobre las verdades de fe definidas en el Concilio, y lo utilizó como un medio válido en la lucha contra la herejía protestante que cuestionaba esos principios, la contrarreforma. En este contexto de la reforma católica se inscriben estas pinturas de exaltación mariana como envolvente singular de la imagen de la Virgen del Rosario, que en sí encierra la lucha contra las herejías y la salvación de las almas en la práctica devocional del rezo del santo rosario.
Realizados por Francisco Fernando Reolid, las imágenes se disponen sobre paneles adosados en los tramos de la media cúpula del coro y en los tramos de la bóveda central. El coro se compone de cinco escenas que hacen alusión a los milagros y apariciones de la Virgen. La bóveda se divide por arcos fajones en cuatro tramos en los que se disponen ocho escenas y cuatro emblemas, éstos últimos en la parte central de cada tramo. La lectura de los frescos comienza en el lado derecho del coro, continúa en la parte derecha del primer tramo de la bóveda central, siendo a partir de aquí cuando se inicia la lectura en zig-zag hasta llegar al último tramo. Comienza con los milagros y se cierran con la coronación de la Virgen del Rosario como patrona de Hellín.
El conjunto recoge los Misterios de la Virgen del Rosario, en ella tienen cabida los acontecimientos de la vida de Cristo por ser también trascendentales en su vida. La innovación viene de mano de la inclusión de escenas de carácter popular y del estilo pictórico utilizado, pese a ello las escenas referentes a la vida de Cristo y de la Virgen siguen la iconografía tradicional.
Francisco Fernando Reolid conjuga unas técnicas artísticas cercanas a las vanguardias con una sintaxis iconográfica tradicional, que se ha ido fraguando a lo largo de los siglos en la pintura religiosa. Siempre se permite algunas licencias como en el uso de determinados instrumentos musicales, pero en esencia se guía por los patrones iconográficos tradicionales, salvo en las escenas de los milagros de la Virgen. En cuanto al estilo, podemos ver sutiles referencias al cubismo y sobre todo a la obra picasiana, si nos percatamos de la tensión en el movimiento del caballo del segundo tramo, se podría aventurar que es la misma tensión que se refleja en el Guernica.
También las formas de las figuras nos llevan hacia esa tendencia geométrico-cubista de ver los volúmenes. La nota predominante, es sin duda, la referencia constante que se hace de la Ciudad de Hellín con la imagen de sus iglesias, el tambor, su escudo, el castillo, etc. Se convierten en elementos que no desentonan dentro de las escenas y que se amoldan enriqueciendo aún más la iconografía preestablecida. Un aspecto peculiar del pintor es el juego de significados que lleva a cabo con las imágenes, sobre todo con la ubicación de un emblema central que se establece como punto común entre ambas escenas de un mismo tramo.
La búsqueda de la belleza le lleva a supeditar la iconografía bajo la estética. En definitiva, los frescos se convierten en un denso libro de lectura lleno de palabras polisémicas y de ilustraciones que cautivan al espectador. 184 Ermita de la Virgen del Rosario